Sin ser uno una luminaria de la filosofía, me ha parecido digno encontrar que la metafísica y hasta la mística no están muy lejos de nuestras narices, lo que para muchos es una abominación: No podemos sino remontarnos a la naturaleza y a la técnica, a lo que los científicos llaman la Objetividad. Como si uno no fuera un sujeto, como si no tuviera personalidad ni alma. Como si el mundo fuera la verdad siempre. Y siguiendo este criterio, poco o nada importa la vida antes de la concepción ni por supuesto después de la muerte. A la ciencia no le importa...
Mas uno, como cristiano, a la vez que también técnico y pensante, no puede dejar de tener siempre presente la trascendencia de nuestro espíritu, incluso racional, además de religiosamente. Mas ¿qué es esto de la racionalidad? ¿Es la mera actividad cerebral? ¿Es a causa del libre albedrío? ¿Es algo individual o colectivo? ¿Es un don de Dios o una aptitud natural del hombre? Lo que llamamos y llaman los psicólogos conciencia, ¿qué es? Definámosla con un criterio freudiano y divagadoramente así: Sínodo total de dos astros sumergidos en el cosmos de los astrólogos del mundo, aureolas como soles de sarmientos, flores y musgos, tornasoles, cúmulo de ciencias del suspenso, solariega labrada a fuerza de la dualidad, existencias, lámina abrupta de sal, espejo, persona jugada por el sagrado elixir del destiempo fijado, asidero de la duda, verdad del poder del enemigo, integridad del ahogo del corazón, difícil causa ajada a fuerza de espasmos estomacales, degluciones escalofriantes, que se sufrieron una por una como entrañas de luz, trombosis, amarrada hacha del ergo, dios del sol en el equinoccio, profecía de cedros y algarrobos tenaces, pordioseros sin perjuicio, quema devanada de modos y junturas, idea confusa de un mar frío, coágulo erguido en el grosor de nuestras tramposas pruebas, estatua de la vejez, hegemonía del gran ganado, lápida partida por la mitad...
No es de extrañarnos que la conciencia sea quizá el problema filosófico y existencial más acuciante para cualquier pensador. De hecho, cuando yo era niño, me miraba en un espejo y me maravillaba de que yo sea solo yo, y que nadie más fuera yo mismo. Había descubierto, a mi modo, la cuestión del existencialismo de los escritores franceses del siglo pasado, siendo el más paradigmático entre ellos Jean Paul Sartre, quien llegó a decir que en el hombre, la existencia precede a la esencia, algo así como si el vaso precediera al contenido, y fuera primero y más crucial, siendo la esencia algo secundario y dependiente de la voluntad del mismo hombre. Lo que en sí parece falaz y negligente. Digámoslo con todas las letras: difícilmente alguien tenga tanta facultad de determinar su vida al correr de las circunstancias diarias.
La psicología de Freud distingue conciencia de inconsciencia. Solo diremos que el consciente se refiere a lo que traemos directamente a nuestra mente en el momento, mientras que el inconsciente, a su vez, a lo que permanece en el subterfugio de la misma y en el corazón, condicionando sin embargo nuestra conducta, como una irreflexión caprichosa. Muchos poetas y escritores en general hacen culto a la misma cual a una musa venerable.[1] Yo mismo he escrito varias obritas a vuela pluma y no deteniéndome sino a corregir detalles, y maravillándome de su coherencia y de haber escrito en un perfecto contexto palabras que no conocía y que difícilmente haya leído o escuchado antes, pero que sin embargo figuraban en el diccionario de la Real Academia Española, fuente a la que acudía siempre para retocar mis obras. Podríamos decir que estas estructuras de la psicología de Freud se refieren a la presencia de lo Otro en uno. Ese Otro es el mundo y sus vicisitudes en nuestra alma, especialmente las vivencias de la infancia, y las llamadas represiones de la conciencia, lo cual “proyecta unas manos finales sobre los muros de tu porvenir”, al decir de Olga Orozco en un cifrado poema.
La cuestión de la conciencia es tan antigua como el hombre, y quizá su primera manifestación sea la duda de Adán y Eva ante la serpiente traidora, que los tentaba a desobedecer a Dios pues así serían conocedores del bien y el mal, lo que hicieron y tras lo cual se avergonzaron de su desnudez. ¿Serán conciencia e inconsciencia causa y consecuencia del pecado, o insuflo perenne del demonio? Basta acudir a obras de poetas y escritores para notar que ésta no es una cuestión menor, especialmente si las contrastamos con sus vidas. Muchos que fueron reconocidos como prolíficos y prodigiosos artistas de la literatura terminaron en suicidio, o ciegos, o deprimidos, o muertos por accidentes absurdos, o asediados por vicios incontrolables. Tal como si la musa les hubiera mostrado su verdadera cara al final.[2] Lo cual solo sería anecdótico sino fuera porque las más de las veces su mismo final es semejante al que hubieran tenido sus casi siempre tétricos personajes.
Cabe preguntarnos: ¿estamos seguros de que yo sea yo, vos seas vos, él sea él, etcétera? ¿No estamos sometidos muchas veces a potestades de la carne y el espíritu que nos superan? ¿Cómo consagrar nuestra sumisión a las potestades benignas, las de Dios que nos ama?
Una labor imprescindible es el conjuro de ese demiurgo oscuro de la inconsciencia, para lo cual es fundamental la meditación y la oración, frutos de la contemplación. Lo que bastaría para refutar a esos cultores del racionalismo, encolumnados tras René Descartes, que endiosó a la conciencia subordinando a ella toda responsabilidad por la existencia: “Pienso, luego existo.” Quedando en el subsuelo psíquico lo que él con mucha ambigüedad llama ideas innatas, que nada tienen que ver con la inefabilidad de la inconsciencia, sino que más bien se refieren a principios deductivos, a los que quiere reducir incluso al mismo Dios.[3] Nada más vanidoso y paradójicamente irreflexivo. No parecen necesitar de autoconciencia ni pensamiento y sin embargo son fundamentales para la existencia y subsistencia de la biósfera los animales, plantas, microorganismos y los mismos seres humanos durante el esencial tiempo de la concepción y el embarazo. A pesar de ello, los idólatras de la razón pura o pragmática de siempre, que en los hechos es casi lo mismo, pretenden que el ser humano es alguien digno de consideración cuando desarrolla su actividad cerebral, y desde el momento en que el embrión se anida en el útero de la mujer, menospreciando no solo a Dios que da la vida, sino también a la naturaleza de la persona, pues atentan contra el equilibrio social, creyendo que en virtud de la ciencia y el provecho de unos pueden discriminar, cuando no eliminar, embriones humanos que no son sino simientes de la vida del hombre. Aunque parece desatinado pretender que los tales embriones sean personas existentes, en un sentido concreto, pues han podido ser congelados durante muchos años, a veces décadas, y al ser implantados en un útero materno sobrellevaron el tiempo del embarazo y nacieron como bebés normales, es decir tal y como neonatos.[4]
Mas asimismo ello termina por echar por tierra la quimera sartreana según la cual nuestra existencia precede a nuestra esencia; no es así según la fe, ni la genética, ni la lógica.
No es en absoluto una apología del irracionalismo lo que queremos hacer aquí, sino precisar que sin la iluminación religiosa y piadosa de nuestra mente, no conseguiremos el cabal cultivo de nuestra conciencia, lo que nos hará dar esos lamentables pasos en falso, tanto de irracionalistas como de positivistas, que invariablemente nos llevarán a caer a un pozo. Mas lo peor nos lo advierte un mensaje de la Virgen de San Nicolás:
Haced de vuestra vida un canto a la esperanza, y no miréis con otros ojos que no sean los del amor, y entonces sí habréis logrado introduciros en el Señor; si no lo hicierais, no valdrá la pena el latir de vuestros corazones.
Este asunto que tratamos no es azaroso, sino que tiene una gravedad enorme, pues el aborto, o la supresión de la vida del por nacer, es hoy el genocidio más sistemático y numeroso de la historia, a la vez que la mayor causa de mortalidad materna, siendo esto último lo que para muchos justificaría la legalización del feroz exterminio de criaturas indefensas, llevando al colmo las aberraciones racionalistas analizadas, condenando a muerte a seres humanos por no concebirse a sí mismos. Y no llega hasta ahí su locura, sino que en nuestro Congreso se trataba un proyecto de ley con el objeto de despenalizar el infanticidio,[5] asesinando sistemáticamente ahora a niños por no bastarse a sí. Mas los irreflexivos positivistas no parecen entender que desde muy temprano y ya durante todo el embarazo hay una vida con raíces y sentimientos. En una entrevista Salvador Dalí dijo que recordaba episodios de su vida intrauterina, citando a Giacomo Casanova y al mismo Sigmund Freud, a quien conoció, como otros casos de hombres que tuvieron las mismas vivencias en la panza de su madre. Sería redundante argüirles que muy temprano los bebés y párvulos adquieren conciencia de sí, de hecho yo recuerdo una vez que mi mamá me cambiaba el pañal, y otra cuando apenas podía caminar, en que emprendí una aventura por un pasillo oscuro que entonces me parecía muy largo, que terminó con mi cara en el suelo, dos dientes menos y mi llanto pidiendo socorro.
El terrorífico atentado contra las vidas más primeras tiene hoy espantosas señales de inhumanidad. En España, ante la inminente venida al mundo de niños con síndrome de Down se les cuestiona a los futuros padres si prefieren que tales vidas nazcan o se supriman, disimulando muy mal el objetivo nazi de purificación genética. No es irrazonable deducir que con tanta amplitud para el exterminio de seres humanos indefensos, terminarán cayendo en la trampa otros sectores débiles como ancianos y quienes padezcan diversas enfermedades. Y más aun: ¿El menosprecio burocrático de vidas no vividas, no manifiesta que muchas de las existentes en el mundo tampoco valen la pena?
Antiguamente regía la teoría de la animación de los teólogos, en que primaba el alma, estableciéndose cuándo ésta se insuflaba en hombre y mujer, pero hoy tenemos la teoría de la anidación o la de la actividad cerebral, en que lo primordial es el tiempo de la existencia o el cerebro. Mas ¿quién ha dicho que la vida vale por esos supuestos contingentes? ¿Quién ha establecido que un discapacitado intelectual no puede honrar la vida más que uno que goce plenamente de su capacidad?
No estoy aquí anulando el valor de la razón, de hecho san Agustín, citado por santo Tomás en la Suma Teológica, dijo:
Dios ama todo lo que hizo; y de esto, ama más a las criaturas racionales; y de éstas, ama más a los que son miembros de su Unigénito. Y a su Unigénito lo ama mucho más todavía.
Mas esa racionalidad ha de ser la que le permite al hombre valorar toda la creación y venerar así al Creador, fines que en absoluto están vedados a quienes padecen síndrome de Down, sino que muchas veces los mismos podrían enseñarnos a hacerlo. Fray Luis de León en De los nombres de Cristo lo expresa muy bien:
Y veremos que así como ellas (las estrellas) se humillan y callan, así lo principal y lo que es señor en el alma, que es la razón, se levanta y recobra su derecho y su fuerza, y como alentada con esta vista celestial y hermosa, concibe pensamientos altos y dignos de sí, y, como en una cierta manera, se recuerda de su primer origen, y al fin pone todo lo que es vil y bajo en su parte, y huella sobre ello. Y así, puesta ella en su trono como emperatriz, y reducidas a sus lugares todas las demás partes del alma, queda todo el hombre ordenado y pacífico.
Jesucristo se le apareció una vez a la vidente de la Virgen de San Nicolás cuando pedía por los enfermos, y el Señor le dijo:
Sabes que nada quito, sabes que todo me doy, sabes que mis palabras son "Dad y os daré".
Rotundo.
[1] Juan Carlos Onetti escribió al respecto: Cuando uno escribe se está trabajando en la inconsciencia y lo único que importa es escribir.
[2] No hace falta decir que esto no es privativo de escritores, y ni siquiera de artistas…
[3] Un ejemplo de esta insensatez es Miguel de Unamuno, que dijo que, a pesar de que se proclamaba cristiano, no estaba tan seguro de la existencia de Dios como de que dos más dos es cuatro. Sin palabras.
[4] El 16 de octubre de 2010 nació en Estados Unidos un bebé de un embrión congelado durante 20 años, siendo el primer caso en que ocurre después de tanto tiempo.
[5] El 9 de septiembre de 2010 la Cámara de Diputados argentina aprobó ley que impone “prisión de seis meses a tres años a la madre que matare a su hijo durante o luego del nacimiento mientras se encontrare bajo la influencia del estado puerperal”, lo que equivaldría prácticamente a la despenalización del filicidio.