lunes, 10 de octubre de 2022

Ensayo a modo de presentación de mi novela "Disforia (o el Robot de la Eternidad)"

Me presento, soy Elías Brandán, autor de Río Primero y mi novela se llama Disforia (o el Robot de la Eternidad). Se preguntarán qué es disforia, una palabra muy en boga en los últimos tiempos relacionada principalmente con la disforia de género, que es cuando no se está contento con el sexo asignado al nacer, pero la disforia no existe solo por esta cuestión. Básicamente es el antónimo de euforia; alguien disfórico es alguien que no sabe qué hacer de su vida, como ocurre con el protagonista de mi novela, Nico. Cabe preguntarnos: ¿Por qué se puede estar disconforme con el sexo "biológico" entre comillas?, ¿si nos sentimos del sexo opuesto cuál es el drama con que nos apetezca cambiarlo? El problema no es otro que el de las normas patriarcales que existen desde tiempos inmemoriales. Quien padece esta problemática puede tener serias consecuencias al enfrentarse a su familia, para estudiar, conseguir trabajo o andar por la calle y ser libre, simplemente. Vale decir que esta cuestión no es nueva, es por lo menos tan vieja como el patriarcado. ¿Hasta cuándo con el mismo cuento, en pleno Siglo XXI, de que la mujer ha sido creada para procrear, poblar la Tierra? Ese es el meollo, el leit motiv de todos o casi todos los cultos patriarcales. Asimismo, en la Biblia, el Profeta David dijo que hallaba en Jonatán -un hombre- un amor mejor que el de las mujeres, ¿qué nos habrá querido decir? Su hijo, el rey Salomón, en el Cantar de los cantares hace una hermosa pero también lasciva descripción del Amado: ¿será que esto es inspiración del Espíritu Santo? Nico, el protagonista de mi novela, vive estancado, como ameba, en un coma patológico. Vale aclarar por otro lado que en mi libro no uso el lenguaje inclusivo, a pesar de que no estoy en contra. Tal vez tenga que ver con que prefiero no contaminar -al menos no tanto- arte con ideología, pero sí quiero pensar, permitirme hacerlo, que no es poco.
Y sí, voy a hablar de la Iglesia Católica; y como para muestra basta un botón, simplemente citaré al Padre Alberto Hurtado, santo chileno canonizado por la iglesia, que en la década de 1930, antes de que ni siquiera existiera el voto femenino se horrorizaba por vivir en la que denominaba una "sociedad afeminada", en una sentencia tan misógina como homofóbica. Me lleva a preguntarme: ¿Cuántas veces la iglesia se rasgó las vestiduras por los femicidios, por ejemplo, en vez de por otras cuestiones menos trascendentes? Igual no estoy en contra de que nadie se exprese ni soy partidario de las tristemente célebres cancelaciones para decir solo lo políticamente correcto. Nico, mi protagonista -como yo mismo a veces- se siente cancelado antes de que nada pase. Pongámonos por un segundo en la mente de alguien a quien su cuerpo no lo representa, sin señalar con el dedo ni pontificar con lo que Dios dijo o dejó de decir en las Escrituras. Imaginemos ese proceso, sin juzgar, todas esas luchas internas y externas y por lo menos reconozcamos el tesón, las ganas de derribar las barreras para solamente ser quien se es, aunque también hay a veces mucho show en esto. Pero ¿es tan complicado simplemente asumir que no deberíamos discriminar a nadie? ¿Vamos a seguir sosteniendo la sistemática de meramente nacer, crecer, reproducirnos y eventualmente morir? El patriarcado quizás agregaría a esta sucesión el educarse en la tradición, trabajar con el sudor de la frente, el varón, parir con dolor, la mujer, etcétera. Y sí, al último, también, solo morir. Sin duda existe una élite que nos controla y no nos permite salir de nuestras zonas de confort, robándonos el tiempo y las ganas de vivir, que ¿a quiénes se las vamos a pedir de vuelta? ¿Quién nos permitirá quitarnos las armaduras que, a quién le sirven? Todo ello impacta en mi libro, que he dado en llamar Disforia (o el Robot de la Eternidad).