Eras solo una oruga imaginaria y posible, Delfos compañero de finas mariposas y del escarabajo. Casimir amarillo, quinientas contracciones y gemidos de gorgojos incomparables y opacos, llamas de magnolias de una luciente noche, flores del aire y el narciso agreste, grises orugas nocturnas sorbiendo todo el néctar, equidistantes magnolias cerrando todo el trabajo, equidistante manjar, gorgojos en clases y fisonomía enumerados, en dulces andrajos desolados, flores huyendo de formarse cual algodón azul y húmedo en un aire hilvanado. Éramos la metamorfosis fulgiendo a ráfagas y fogonazos vagabundos cual halcón solo, muerte como de arengas avanzando a kilómetros y kilómetros por hora, clickeando el shock del cielo. Además fuimos lo que éramos en el ayer, ligereza de ardillas tecnológicas cínicas y vociferantes, desenfreno de demonios y séquito de murciélagos, ígneos dragones como dinosaurios embusteros y pirómanos, crecientes lamentos de murciélagos de tecnología cocinada, oída, ojeada y estudiada, que en un momento fue el bien y que en los siguientes cien años fue la solead, olvidada en una elegante playa. Cercas de asfalto, de la postrimería, de la tristeza, de una desconocida constelación. ¿Cuántos conocen su fotografía que comentó? ¿Cuántos lo verán como elíptico monstruo? Cuando vuela aun supura un conocido y propalado jarabe de azúcar releída, cocinada como hiedra iconoclasta, como si fueran sus uñas, hiedra del amasijo ardentoso de los helechos y del río, hiedra helada que crece a la noche, y que se confunde con gusanos u otros insectos de la mugre. Es en este pozo de lenguaje de patíbulo donde el ladrido es indescifrable. Acueducto submarino como de vergüenzas, giba de dromedario que oculta como con un dedo toda la demagogia de la palabra, papagayos como de poquedad de dulzura que encierran eternas y titilantes voces. Cuadrados de arte triste, uvas como de crepúsculo de temblores y gemidos, y que fueron los que fueron en el siglo lúgubre de pretextos hipócritas, de desajustes del mundo del plural. Por fuerza de la mugre se es oruga o noche. Magnolias intrascendentes y paupérrimas que gimen como murciélagos casi muertos, por amor de la mugre. Ecléctico desencuentro de almas cayendo al suelo del patíbulo, funcionando a energía solar como la de los sudores y los lamentos. Casimir amarillo, amasijo ardentoso, vampiros sin cerebro, eclécticas magnolias. ¿Qué es este vino sino el de las bodas entre los murciélagos y las magnolias? Ahí fueron estos pájaros, ahí fue el diluvio.
Si alguien se viera trastocado con nuestro canto, es porque lo encuentra adecuado a sus circunstancias, perfectamente sincronizado con su vulgar interpretación de los tiempos. Dios no quiere cadáveres, no quiere almas sin sustancia. Siento a veces que vivo como murciélago, conocedor como pocos de lo bueno, cuando en realidad no veo, no siento sino por mis oídos, por mi escuchar lastimero de la palabra santa. Hay como una compulsión a la vida de lo eterno desde el plan materno, desde lo que la mujer quiere. Las magnolias, perfectas, discordantes, heréticas. Una vez más Eva, otra vez Adán. Y nada más.
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