viernes, 4 de enero de 2013

EL SEXO: MURCIÉLAGOS Y MAGNOLIAS

Quisiera tratar un tema que en el mundo parece que se nos dijera que es en lo que menos hemos de pensar, en lo que nunca debemos meditar si queremos tener una vida relativamente normal al respecto: me refiero al sexo. Hay una imposición social que dice que el sexo se debe vivir, se debe consumir, digerirse, nunca plantearlo como un problema. Pero he aquí que Woody Allen tiene una famosa frase sobre el asunto: “Solo existen dos cosas importantes en la vida. La primera es el sexo y la segunda no me acuerdo.” Es decir, subyacentemente está en toda alma el querer encontrar una solución a este problema de nuestro sexo. Stephen Hawking, a quien se suele considerar el hombre más brillante del mundo, cuando fue interrogado sobre qué es en lo que pensaba la mayor parte del tiempo respondió precisamente que en las mujeres, porque según su decir son un enigma. Recordemos que el renombrado físico padece una enfermedad que lo dejó paralizado desde muy joven. En fin, ¿qué es lo que uno busca cuando acude al placer sexual como una mera satisfacción, desprovista de una comunicación más profunda con la otra persona? He leído que algunos científicos estiman que la reproducción asexual es un estado más avanzado de la vida pues implica mucho menos costo energético, cuestionándose por qué el hombre, el más racional de todos los seres vivos, no lo ha alcanzado, siguiendo con su esquema de reproducción tan arcaico según su lógica de la biología. Sin embargo, nunca antes el sexo había sido tan omnipresente en todos los medios, tan aturdidor, tan inhumano. Y no es necesaria la compañía de alguien más para descubrir que existe en nosotros un impulso que nos lleva a consumirlo como un trapo maltrecho. Sí, en la masturbación, tanto del hombre como de la mujer. ¿Cuándo, porqué empezó semejante estigma en el hombre? Los animales salvajes no lo tienen como un problema tan personal, ni tampoco los hombres más primitivos. ¿Por qué le sucede al hombre contemporáneo? Ahí es donde encuentra su placer, el cauce en que puede expresar su pasión, aunque es introvertida, terriblemente. Es como hurgar en el pozo de su cuerpo, de su corazón y de su carne. Y en su piel; es la enfermedad de saberse desnudo recorriendo el mundo y todos sus cuerpos, sus materiales, es su manera, su modo, de acariciar la soledad de su vientre y su lujuria. Y es también donde encuentra consuelo de sus penas, de sí mismo, de su mismidad. Es tal como si la conciencia del hombre se hubiera hecho más limitada, más cerrada y mucho más dividida, como escindida en sí misma. Como un cuerpo en que todos sus miembros se rebelaran y quisieran jugar por su cuenta. Siente, el hombre es como si sintiera que su cuerpo se funde como cadáveres en descomposición con la tierra. Es aconsejable al ser humano no vivir como si un cadáver le atravesara por dentro. Digámosle al hombre para hacerle un bien: No sientas cadáveres, siente lo que te dan. 
Eras solo una oruga imaginaria y posible, Delfos compañero de finas mariposas y del escarabajo. Casimir amarillo, quinientas contracciones y gemidos de gorgojos incomparables y opacos, llamas de magnolias de una luciente noche, flores del aire y el narciso agreste, grises orugas nocturnas sorbiendo todo el néctar, equidistantes magnolias cerrando todo el trabajo, equidistante manjar, gorgojos en clases y fisonomía enumerados, en dulces andrajos desolados, flores huyendo de formarse cual algodón azul y húmedo en un aire hilvanado. Éramos la metamorfosis fulgiendo a ráfagas y fogonazos vagabundos cual halcón solo, muerte como de arengas avanzando a kilómetros y kilómetros por hora, clickeando el shock del cielo. Además fuimos lo que éramos en el ayer, ligereza de ardillas tecnológicas cínicas y vociferantes, desenfreno de demonios y séquito de murciélagos, ígneos dragones como dinosaurios embusteros y pirómanos, crecientes lamentos de murciélagos de tecnología cocinada, oída, ojeada y estudiada, que en un momento fue el bien y que en los siguientes cien años fue la solead, olvidada en una elegante playa. Cercas de asfalto, de la postrimería, de la tristeza, de una desconocida constelación. ¿Cuántos conocen su fotografía que comentó? ¿Cuántos lo verán como elíptico monstruo? Cuando vuela aun supura un conocido y propalado jarabe de azúcar releída, cocinada como hiedra iconoclasta, como si fueran sus uñas, hiedra del amasijo ardentoso de los helechos y del río, hiedra helada que crece a la noche, y que se confunde con gusanos u otros insectos de la mugre. Es en este pozo de lenguaje de patíbulo donde el ladrido es indescifrable. Acueducto submarino como de vergüenzas, giba de dromedario que oculta como con un dedo toda la demagogia de la palabra, papagayos como de poquedad de dulzura que encierran eternas y titilantes voces. Cuadrados de arte triste, uvas como de crepúsculo de temblores y gemidos, y que fueron los que fueron en el siglo lúgubre de pretextos hipócritas, de desajustes del mundo del plural. Por fuerza de la mugre se es oruga o noche. Magnolias intrascendentes y paupérrimas que gimen como murciélagos casi muertos, por amor de la mugre. Ecléctico desencuentro de almas cayendo al suelo del patíbulo, funcionando a energía solar como la de los sudores y los lamentos. Casimir amarillo, amasijo ardentoso, vampiros sin cerebro, eclécticas magnolias. ¿Qué es este vino sino el de las bodas entre los murciélagos y las magnolias? Ahí fueron estos pájaros, ahí fue el diluvio. 
Si alguien se viera trastocado con nuestro canto, es porque lo encuentra adecuado a sus circunstancias, perfectamente sincronizado con su vulgar interpretación de los tiempos. Dios no quiere cadáveres, no quiere almas sin sustancia. Siento a veces que vivo como murciélago, conocedor como pocos de lo bueno, cuando en realidad no veo, no siento sino por mis oídos, por mi escuchar lastimero de la palabra santa. Hay como una compulsión a la vida de lo eterno desde el plan materno, desde lo que la mujer quiere. Las magnolias, perfectas, discordantes, heréticas. Una vez más Eva, otra vez Adán. Y nada más.

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