La memoria como un lugar, como un edificio, como una serie de columnas, cornisas, pórticos. El cuerpo dentro de la mente, como si nos moviéramos allí dentro, caminando de un sitio a otro, y el sonido de nuestras pisadas mientras caminamos de un sitio a otro.
PAUL AUSTER: La invención de la soledad.
Comenzaré la semblanza de mi padre citando su frase de cabecera, que está parafraseada en su epitafio y repetía cuando no quería que nadie lo pasara por encima: “Matala no es cualquier cosa.” Él nació el 12 de marzo de 1953 en Córdoba Capital y falleció el 10 de mayo de 2022, a los 69 años, en Río Primero, plácidamente mientras dormía. Se llamaba Julio César Ramón Brandán, vale decir que Julio se llamaba también su padre, mi abuelo, cuyo nombre completo era Juan Julio Brandán -idéntico a uno de mis hermanos-, que fue a su vez hijo de mi bisabuelo el Tata, don Vicente Almada, sí, Almada, el hecho de que tengamos distinto apellido merece una disquisición. De hecho, es una de las preguntas que le hice a mi abuela paterna, Rosa Antolina López, de casi 90 años, en una jugosa entrevista de cuando tenía casi 80, publicada en el blog el 14 de julio de 2012, que puede leerse en: http://historiasdetodamivida.blogspot.com/2012/07/el-obispado-familiar-y-mi-parentesco.html
La explicación que me dio entonces mi abuela de por qué somos Brandán y no Almada no es la única, de hecho, el mismo Matala, mi papá, tenía otra: me dijo -según recuerdo- que mi bisabuelo era un hombre bastante festivo y que salió a celebrar haber traído un alma al mundo, pero la celebración se le fue de las manos y se le pasó ir a anotar a su hijo al Registro Civil, cosa que terminó haciendo mi bisabuela, con su propio apellido. Y una tercera explicación me la dio recientemente mi hermano mayor, César. Según él, el bisabuelo Almada se enteró ya adulto que era adoptado, y que el hombre que le había dado el apellido no era su padre biológico, con lo que se hizo cambiar el apellido poniéndose el de la mujer que lo había criado.
La explicación más plausible es -creo- la de mi abuela, quien ahora funge como la mejor fuente para conocer sobre la infancia de mi padre. Ella me comentó hace unos días que Matala estaba entre los chicos más inteligentes de su clase, tanto, que la mentada maestra Doña Fina Papa -quien tiene una plazoleta con su nombre en Río Primero- destacó que en sus largos años como docente, de solo dos alumnos pensó que llegarían a algo grande en la vida, uno de ellos era mi padre. Pero remató diciendo que ninguno de los dos hizo carrera en la sociedad.
Según mi abuela, mi papá era tan aplicado, aunque pobre, que si no tenía lápices y cuaderno hacía sus tareas escribiendo en el suelo de tierra. No llegó a hacer la secundaria aunque tuvo muchas ganas, porque ya desde pequeño tenía sobre sus espaldas el peso de mantener a la familia, con trabajos y changas de los más precarios. Llegó a ser abanderado de la Escuela Nacional número 279, hoy Myriam Hayquel de Andrés, pero no le dejaron portar la bandera porque sus zapatos no estaban en condiciones, por lo que las autoridades decidieron que lo hiciera uno de sus compañeros que según Matala, “no sabía hacer la O con un vaso”.
Por otro lado, siempre según él, en ese entonces la figura del maestro era mucho más reverenciada que hoy en día, y a los padres ni se les pasaba por la cabeza contradecirlos sino que lo que con seguridad ocurría es que si se enteraban de alguna travesura del niño le propiciaban una paliza, cosa que más de una vez mi papá vivió en carne propia. Una experiencia que lo marcó fue cuando una maestra pidió a los alumnos que le alcanzaran una tijera lo que mi padre hizo solícito, sin percatarse de que se la estaba dando con las puntas para adelante, el coscorrón que le dio en la cabeza la señorita le hizo aprender una importante lección.
Tal vez no haya hecho carrera, pero fue Fiscal Público Electoral, Jurado Popular, o juez, como le gustaba decir, que es técnicamente correcto; aprobó el examen de ingreso a la Escuela de Aviación, aunque se enfermó y no pudo continuar; y conoció a tres presidentes en persona: Isabelita Perón -quien a la postre era vicepresidente-, Carlos Saúl Menem y Mauricio Macri. Si en algo se caracterizaba mi padre era en ser un contador serial de anécdotas, y, como tal, seguramente haya exagerado algunas. Siempre fue muy radical, y me contó que cuando el expresidente Menem, peronista, vino a un acto lleno de radicales, él fue el único que le estrechó la mano. En cuanto a la visita de Isabelita, contó que él ejercía el oficio de canillita, y la expresidente le compró todos los diarios y le lanzó una típica arenga peronista, al estilo de “Viva Perón, pibe”. Posteriormente me di cuenta que Matala ya tenía unos 20 años para entonces y hace tiempo que no era canillita sino maestro mayor de obras.
La historia con el radicalismo, y más aún, con el antiperonismo acompañó a mi papá desde la panza. De hecho, mi abuela Rosa estaba embarazada de él cuando murió Evita. Ella, mi abuela, conoció a su vez a Balbín y a Frondizi, en un acto partidario del radicalismo al que asistió aunque aún no podía votar.
Entre las anécdotas preferidas de Matala estaba la vez que tomó un vino con León Gieco; cuando casi convenció a mi tío Titi, su hermano, al que le había caído en suerte una pequeña fortuna, para que comprara la casa de Diego Armando Maradona en Villa Fiorito; y cuando conoció al famoso Diez en un espectáculo de José Velez en el Luna Park, y el cantante saludó al astro desde el escenario, y el público lo ovacionaba, aunque a Matala le cayó un poco gordo.
El lugar del mundo que más amó sin duda fue la ciudad de Bariloche, en la que estuvo varios meses un nevado invierno, en donde llegó a conocer al oscurísimo criminal nazi Erich Priebke, que se paseaba como Pancho por su villa, y una vez Matala desayunó en la misma cafetería donde lo había hecho Lady Di; de hecho así lo hacía notar un cartel y el pocillo nunca lavado que había usado la princesa de Gales.
Una anécdota de ese viaje al sur que lo pinta de cuerpo entero como hombre con un Dios aparte, fue una noche que estuvo con mi tío Omar, y cruzaron la frontera y fueron a una ciudad chilena, donde jugaron en un casino y Omar se gastó la plata que tenían para volver al hotel. Al final consiguieron, haciendo dedo, que un camionero los llevara. Pero eso no fue todo, ya que después de un tiempo estando los dos en Córdoba en un restorán en el que trabajaba mi tío de mozo, aquel camionero y su mujer fueron casualmente a cenar allí, y Matala se dio cuenta de que era el mismo tipo que los había levantado aquella vez y se lo dijo a Omar, que no lo podía creer. Como muestra de gratitud, no les cobraron la cena.
En otra ocasión, estuvo demorado en una comisaría por alguna contravención menor, sin embargo, por hacerse el canchero con los policías lo dejaron más tiempo adentro de donde solo salió gracias a la intervención de Domingo “Papi” Vercellone, entonces Juez de Paz, cosa que Matala siempre recordaba.
Cuando papá nació lo hizo con algunos graves problemas respiratorios, y la partera le aconsejó a mi abuela que le pusiera el nombre Ramón, que es el santo patrono de las parturientas; como el nombre de mi papá ya estaba elegido, y no sería otro que Julio César, la abuela optó por agregarle Ramón, y así fue que lo llamó Julio César Ramón.
Recuerdo, ahora, que cuando niño papá me hacía ver el paso del tren cantando una canción: “El chiquito más chiquito/ el chiquito de papá/ se levanta tempranito/ para mirar si pasa el tren/ chu chu chu cha cha cha/ chu chu chu cha cha cha…”
Quince años antes de que yo naciera papá, que era albañil y a quien siempre apodaron Matala, tal como a mi abuelo -a quien no llegué a conocer-, que era célebre por cantar muy bien el tango homónimo de Carlos Gardel, ganó en una rifa del club Belgrano de nuestro pueblo la casa en la que ha transcurrido nuestra vida.
Respecto de mi abuelo, el primer Matala, escribí algo que publiqué en el blog el 1 de marzo de 2022 y que puede leerse en: http://historiasdetodamivida.blogspot.com/2022/03/mi-abuelo-paterno-el-matala-original.html
Varios problemas de salud aquejaron a mi papá durante toda su vida y, a mediados de 2006, estuvo delicado varios días en el Hospital Clínicas de Córdoba. Cuando apesadumbrado le pregunté por él a mamá, que guardaba el asunto con mucha reserva, me confesó que papá iba a ser operado por un cáncer de colon. Recuerdo que justo cuando me disponía para ir a visitarlo, él ya estaba volviendo a casa gracias a la gran labor de todos los profesionales de la salud del hospital.
Fue el mayor de cuatro hermanos*, dos de los cuales fallecieron llegando a los cincuenta años, de una manera que hace recordar a su padre, del que hay que decir que mi papá no podía acordarse sin largarse a llorar. Tanto lo extrañaba.
En otra oportunidad, fuimos hasta el Dique Los Molinos, que tiene uno de los paisajes más bellos de nuestra provincia y visitamos a su prima lejana, Anita, rubia, esbelta, hermosa mujer, quien fuera Reina de Belleza de los Estudiantes en Salta en los 70, de todo lo cual nos mostró fotos. Con Matala en un momento se pusieron a cantar dos tangazos, Vieja Amiga, de Contursi, y Garúa, de Troilo, los cuales se transformaron clásicos de Matala cuando tenía algunas copas encima.
Ambos tuvimos encuentros personales y cara a cara con el padre Ignacio, cura sanador de Rosario, quien nos habló de nuestras dolencias, nos legó medallas y estampitas con una oración de la Virgen de la Natividad y nos hizo acercar más a Dios.
Entre las aficiones de Matala, además de la música, estaba la radio: mañana y noche la Cadena Tres de Mario Pereyra no podía faltarle; cuando el conductor de Juntos falleció para Matala fue un duro golpe. Recuerdo gratamente cuando, en el secundario, el profesor de música nos pidió a los alumnos hacer un cronograma con programas de radio, Matala me dijo punto por punto y de memoria los de la radio mencionada y resulté ser uno de los dos que obtuvieron la nota más alta.
Los animales eran otra de sus debilidades; en casa hemos tenido de mascotas perros, gatos, patos, loros, gallos, gallinas. Especialmente recordado es uno de nuestros perritos, que siempre se le subía a la moto y lo llevaba, entre las piernas, de acá para allá.
A pesar de su bajo nivel de estudios, era muy inteligente, y leía libros de historia y literatura muy valiosos. Siempre decía que el primer libro que leyó fue, a los 6 años, el Robinson Crusoe, sin aclarar lo obvio, que era la versión infantil y no el mamotreto de más de 500 páginas.
Trascendió su oficio de albañil y fue todo un artesano de la construcción, legando obras de arte en muchas casas y edificios que lo ponían muy orgulloso. Una de las últimas cosas que hizo en vida fue, con mi ayuda, redecorar el comedor de una vecina con pared de piedra.
Y, por supuesto, no puedo dejar de mencionar su pasión por el deporte; era bostero de ley y recuerdo con nostalgia que desde que, cuando yo era muy chico, le pregunté de qué cuadro era y me respondió que de Boca, yo soy de Boca. Pero también estaban las bochas, de las que era todo un campeón; ganó varias medallas de oro que vendió para comprarnos la que fue nuestra primera computadora. Y su deporte preferido, sin duda, era el turf; fue muy amigo de Juan Noriega, considerado el mejor jockey cordobés de la historia.
Sobre esta pasión de mi papá conocía mucho el amigo Nicolás Boaglio, quien lo despidió en su cuenta de Facebook de esta maravillosa manera:
«Una tardecita de turf, la anteúltima que te vi, esperabas a cobrar un ticket mientras te esperaba Julito para llevarte, te pusiste a contarme de esos cuentos de burros que siempre llevabas con vos como el Turfman de ley que sos. Ya estaba el pago, me diste la mano y me dijiste ''EU TE QUIERO MUCHO'', y sí, me lo dijiste tantas veces del picazón que tenías, pero ésta última vez era raro.
En sí más de la mitad de mi vida caminé por el sendero hípico y en eso aprendí aunque a veces cuesta, un poco de desarrollo, pero rápidamente, entendí en esa última que estabas en la recta final y a punto de echar el restito que te quedaba. Yo era el 1A que salía a hacer la punta para cansar a los punteros, y vos el crack que atropellaba, íbamos en yunta. Y así, entraste a la recta. Te observé que te ibas, que empezaste a pasarlos a todos hasta que te perdí de vista.
''Últimos 350 metros, domina abierto el 1 'MATALA', estira vaaaaaaaaaaaaaarios cuerpos de ventaja...''. Y en ese preciso momento la tribuna corre hacia la verja aplaudiéndote y tirando gorras, como en esos días de G1 donde solo importa reconocer la categoría del crack.
Cruzaste el disco y seguramente en la herradura te recibió el Barba emocionado, como se reciben a todos los cracks, ¿no?»
Yo, a mi vez, hice lo propio el mismo día en que Matala partió, deseándole un inmejorable viaje hacia el más allá:
«Adiós a mi papá. Me alegra que haya leído mi libro Disforia y que me dijera que le gustaría que escriba otro con él de protagonista de todas sus historias. Hace un tiempo le había recomendado que fuera un poco menos cascarrabias y más agradecido con todo lo que Dios le había dado, y hasta hice este escrito poniéndome en sus zapatos que le llegué a leer. Nos vemos en el cielo, papi.
"A Dios doy gracias totales por haberme bendecido desde mi juventud. Y por haberme hecho fértil: soy padre de siete maravillosos hijos.** Parafraseando al profeta David: ‘Feliz el que llena con ellos su aljaba.’
Mi morada y mi familia son todo de Dios, quien no me hace preocupar por el vestido ni por lo que he de comer. Él es esa agua que sacia mi sed de una vez y para siempre. Me siento como la planta más grande del bosque que ha crecido de la semilla más pequeña, a cuyas ramas van a cobijarse los pájaros del cielo. Tengo también muchos nietos que me llenan de orgullo.***
Ahora, en el otoño de mi vida, me siento más feliz que nunca, y estoy siempre agradecido. Cuando camino, cuando como, cuando hablo, haga lo que haga, Dios en primer lugar. Él me hace descansar tranquilo.
Soy una melodía de pasión y amor por Cristo, que es la Vida y la Verdad. Me alegro infinitamente de haberle dicho al Señor que puedo beber de su cáliz, ya que Él es puro Amor."»
Río Primero, 19 de marzo de 2023, festividad de San José, tras siete días del que hubiera sido el 70º cumpleaños de mi papá.
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