martes, 26 de noviembre de 2013

Ensayo sobre el "Discurso a los electores de Bristol" de Edmund Burke

No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país. 
JOHN F. KENNEDY 

Entiendo que la representación política es un mecanismo confuso pues implicar dejar las aras de un buen gobierno al temple particular del gobernante, en su matriz más trágica esto implica desbordar la constitución de un pueblo sometido pero a sus leyes menos que a sus gobiernos, viéndose todo en ello no puede concebirse un buen gobierno sino de la costumbre del mismo pueblo sometido contra la corriente de ese pueblo, nefasta es la lucha donde uno solo decide y los otros eligen, sin querer, sin gobernar, sin docilidad magnánima sino con celo partidario, ¿dónde se encontraría el buen nombre del país en un nombre al que todo le está sometido? Bien en esta cuestión debo decir que si algo creo que abunda en este mundo son los monólogos, la absurda pretensión de algunas personas de erigirse en la única opción y en los detentadores de una idea como reveladora que procura imponerse y esto, en ámbitos tan cotidianos como el sermón de un sacerdote, una cátedra y sobre todo en la política. 
A contrario de lo que muchos pregonan, que somos más independientes que antaño, sin tantas sumisiones, cuando no ateos, que actualmente se cultiva mucho más que antes la individualidad de las personas, realmente creo que esto es una vil mentira. Casi todo es comido, atrapado por pocas cuestiones, ¿qué hay hoy en día que no esté dentro del mercado, que no sea de la competencia de un político o la doctrina infalible e inobjetable de diversas religiones? A más de que las leyes avanzan en demasía y dejan a la personalidad individual un margen cada vez más estrecho. La abundancia extraordinaria de medios de comunicación sociales y de masas creo que a esto no hace sino potenciarlo, como una especie de exaltación global del vacío espiritual, de imaginación y de la mente, como el bramido de un pueblo amorfo y descerebrado que con las pocas neuronas que aún conserva se ha terminando por desengañar de aquellas vacuas promesas de estar condenados al éxito, como ponderara hace años un político local. El Papa Pío X dijo que la democracia es lisa y llanamente una mentirosa perversión, una ficción a fin de cuentas, que no tiene moraleja. Aunque por mi parte yo incluso sería más drástico en la afirmación, diría que es una perversión toda atribución sobre la llanura del pueblo, de cualquier forma de gobierno o régimen político, que desconociese a fin de cuentas la opinión de sus representados o súbditos. El país no es una abstracción, ya lo dicen precisamente las Escrituras, en el Salmo 9: Conozcan las naciones que no son sino hombres. Sí, hombres, de carne y hueso, que viven, tienen ideales, sueños y no tienen por qué dejarlos morir en una absurda confianza entre las acciones de un gobierno. 
El margen de acción personal de todos y cada uno de los representados debe ser lo más sagrado de una Nación. El art. 19 de la CN dice precisamente que las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Pero creo que esto no debería entenderse como una relegación, como una indiferencia del Estado en tales acciones personales intrascendentes e inocuas, sino que tiene que ser el mismo pilar de un país. En esta perspectiva, estoy muy de acuerdo con lo que solía proponer el gran escritor Ernesto Sábato, sobre una anarquía cristiana. Al respecto pronunció el Papa Juan Pablo II lo siguiente: Sólo si las personas son justas, prudentes, moderadas y valientes, sus decisiones -tanto respecto a los líderes como a las políticas que deben escoger- conducirán verdaderamente al bienestar de la nación" (Juan Pablo II: Discurso a los obispos de Zambia en visita ad limina, 31.05.1993).

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